De la última columna de Marcelo Longobardi, lo único que es cierto e inapelable es su reseña sobre el impresentable del exsenador republicano Joseph McCarthy. Lo pinta como lo que fue: un mentiroso, un borracho y un hombre que se aprovechó de una coyuntura particular para su beneficio político propio. Después, todo lo demás, sobre todo la analogía con el presidente argentino Javier Milei, es una patraña digna de un funcionario kirchnerista de segunda línea o de un militante universitario vitalicio del Partido Obrero con ínfulas de intelectual, pero con serios problemas de formación.
La tesis de Longobardi, que equipara a McCarthy con Milei, hace referencia al plan del Poder Ejecutivo de echar de cancillería a los funcionarios que no comparten los lineamientos planteados por el presidente en materia de política internacional. Vale aclarar que, como vimos recientemente, la cuestión va más allá de meras valoraciones ideológicas personales, sino que estos funcionarios han dejado en claro que son capaces de actuar en contra de los lineamientos geopolíticos planteados por Milei y votados por casi el 56 % de la ciudadanía.
Curiosamente, además de mencionar la histórica “caza de brujas” dentro del gobierno norteamericano, Longobardi hace referencia a la persecución de los artistas sospechados de comunistas, como el actor Charles Chaplin. Aunque este caso ha sido uno de los más notorios, por la relevancia del genio de Tiempos modernos y El gran dictador, el Comité de Actividades Antiestadounidenses (eliminado en 1975 y responsable de perseguir a civiles notorios), cometió miles de atrocidades que han pasado al olvido de la historia. Se especula que hasta 1957 (año de la muerte de McCarthy) entre 12.000 y 15.000 ciudadanos norteamericanos fueron objetos de asedios políticos por estas cuestiones. Algunos llevaron a personas a la cárcel y muchos otros tuvieron que padecer el exilio de “la tierra de la libertad”.
Aunque el Comité pertenecía a la Cámara de Representantes y no al senado, donde se desempeñaba este personaje oscuro, McCarthy representó para la historia el acecho, la caza de brujas y las listas negras, solamente por el hecho de pensar distinto. No se le puede pedir mucho a Longobardi que distinga entre las distintas organizaciones gubernamentales de ese momento, ya que el periodista argentino hasta dijo que el exsenador pertenecía al Partido Demócrata. Ese es el nivel de liviandad con el que muchos periodistas renombrados enfrentan la cámara para dar cátedra de lo que no saben. Aunque había comenzado en esa tolda su participación política, los 10 años que tuvo como senador fueron en el Partido Republicano, al que se sumó en 1944 hasta el momento de su muerte.
El “macartismo” como idea, al que Longobardi hace referencia, tuvo como característica la persecución en términos generales. Como mencionó el famoso caso de Chaplin, se trata de organizaciones gubernamentales irrumpiendo en el sector privado con el argumento de eliminar los elementos culturales difusores de una idea “antiamericana”. Así dejaron de trabajar periodistas, escritores, actores y muchas personas que se desempeñaban en el ámbito cultural estadounidense en el marco de empresas que nada tenían que ver el gobierno norteamericano.
Por alguna razón, Longobardi establece un paralelismo entre un burócrata estatal que acude a un estudio cinematográfico para prohibir la contratación de una persona y un gobierno que define su política en el Ministerio de Relaciones Exteriores. Este argumento falaz solo puede deberse a una profunda ignorancia o a una clara mala intención.
Sin embargo, la década del cincuenta del siglo pasado sí permite traer algunas reflexiones que sirven para analizar hoy, en el marco de la presidencia de Javier Milei. Por aquellos días, el mundo, en términos generales, lamentablemente se tornó fascista. Aunque las potencias occidentales democráticas vencieron a la barbarie absoluta del nazismo en 1945, países como Estados Unidos y el Reino Unido atravesaban épocas oscuras. Alan Turing, que ayudó a vencer al nacionalsocialismo de Hitler con la resolución del Código Enigma, fue condenado por el delito de “perversión sexual” por el mero hecho de ser homosexual. La “justicia” lo sometió a un proceso de castración química que lo llevó al suicidio.
Por aquellos días, en Argentina el primer peronismo proscribía y encarcelaba opositores políticos. Claro que la barbarie no se limitaba a los países “capitalistas”. La revolución comunista cubana, establecida en 1959, comenzó la década del sesenta fusilando a diestra y siniestra, justo cuando el resto de los países buscaban retornar la senda de la civilidad. Sin embargo, detrás de la barbarie de esos días oscuros, había un denominador común que englobaba inequívocamente a los abusos que tenían lugar en Hollywood, Londres o La Habana: el Estado. Justamente, el monopolio de la fuerza que el gobierno de Milei pretende poner en caja.
El macartismo fue una idea nefasta y, conceptualmente, el gobierno argentino representa todo lo contrario. Al escuchar editoriales como la de Longobardi uno no puede evitar preguntarse si tienen la más mínima idea de lo que están diciendo.
Fuente: PanamPost