El dictador “pito duro”, la hipocresía y el tabú del sexo durante la pandemia

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Alberto-Fernandez-FMI

Antes que nada, para los que consideren soez lo de “pito duro” en el título, vale aclarar que el mote no es mío. Según varios periodistas, incluso una diputada, así se refería Cristina Kirchner a la hora de señalar a Alberto Fernández en el mundillo político. Esto toma una dimensión relevante, ya que en medio de la feroz interna que tuvieron como presidente y vice, ella dijo en una presentación pública que podía mostrar su teléfono celular y que no todos podían hacer lo mismo. Ante los sucesos que fueron de público conocimiento en las últimas horas, los analistas coinciden en que CFK estaba haciendo referencia a Alberto.

No hay que recordarle a nadie que ella es la única responsable a señalar cuando miramos en retrospectiva y nos preguntamos ¿cómo llegó este impresentable a la Casa Rosada? Ella lo conocía y muy bien, aunque ahora mire para otro lado.

A pesar de que los escándalos sexuales del expresidente se destaparon, primero con el caso de corrupción de los seguros, y después con la cuestión de violencia de género contra su expareja, el comportamiento de Alberto era bien conocido en la política y en el mundo periodístico. Seguramente, el expresidente pudo salir impune hasta este momento, ya que los comunicadores del mainstream simpatizaron bastante con él. Si estas cuestiones hubieran tenido lugar bajo la presidencia de Javier Milei, todo hubiese quedado expuesto desde el primer día.

Estos periodistas, que estaban al tanto del comportamiento “licencioso” del exmandatario, argumentan hasta hoy que, aunque se trate de algo injustificable y patético, pertenece al orden privado de las personas. Sin embargo, cuando alguien en el poder se arroga (con la complicidad de los grandes medios, hay que decirlo) la suma del poder público para encerrar a la gente y no cumple ni siquiera con sus propios mandatos cuando se le ponen inquietas las hormonas (por no decir “el pito duro”), la cuestión ya es de orden público y pertinente para la discusión política.

La cuarentena extendida que dictó Alberto Fernández fue, en mi opinión, absolutamente dictatorial. Aunque la gente asocie la figura de la dictadura con un golpe militar, lo cierto es que desde las instituciones democráticas puede romperse la institucionalidad, para mutar de presidente democrático a dictador.

Para que nadie considere que esto es un comentario partidario o subjetivo (desde lo que comúnmente se denomina “la derecha” -categoría que ni yo comparto ni comprendo-), Nayib Bukele (que cuenta con el respaldo de muchos que están de lado de “la grieta”) también rompió las instituciones, cosa que se puede hacer en mayor o menor medida. En las últimas elecciones, donde no podía presentarse según la Constitución de su país, él obtuvo un “permiso”, dejando en evidencia que la justicia salvadoreña se parece bastante a la venezolana. Pero como Bukele tiene el apoyo popular por cuestiones vinculadas con su exitosa gestión en materia de seguridad, la ciudadanía no le dice “dictador”.

Aquí, no hace mucho, cuando Alberto Fernández se convirtió en dictador, gozó de un apoyo inédito, que las encuestadoras señalaban como prácticamente norcoreano. Todos estaban felices con sus vacaciones pagas, pero cuando el encierro se convirtió en el más extenso del mundo, el apoyo mermó considerablemente. Ni hablar de cuando trascendió la foto del cumpleaños de Fabiola Yáñez, quedando en evidencia que el presidente no cumplía con lo que dictaminaba.

Durante aquellos días, mucho se habló del impacto negativo de la cuarentena en la economía y en la salud mental de las personas, en términos generales. Sin embargo, la cuestión concretamente vinculada con la sexualidad pasó bastante inadvertida, más allá de los consejos del Ministerio de Salud, que recomendaba la utilización de consoladores (los que enseñaba a limpiar correctamente) y el “sexo virtual”. Claro que, según todo parece indicar, en la quinta de Olivos (e incluso podría ser en la Casa Rosada) no era necesario apelar a estas cuestiones.

Entre los trascendidos periodísticos de las últimas horas se comentó que los encargados de la Casa Militar, organismo de seguridad dedicado a la custodia presidencial, tuvieron serios entredichos con el expresidente, que tomaba intempestivamente su auto para llevar a cabo visitas nocturnas que poco tenían que ver con sus funciones presidenciales.

Mientras esto pudo haber tenido lugar, Fernández decía por cadena nacional que los que no entendían que había que quedarse encerrados “por las buenas”, lo iban a hacer “por la malas”, perdiendo el vehículo y teniendo que dar explicaciones ante un juez. Hoy las explicaciones las debe dar el expresidente a toda la sociedad argentina. Incluso a sus propios votantes desilusionados.

La vida sexual (y podría decirse “salud sexual”) de los argentinos, sobre todo los que no tenían la suerte de convivir con su pareja, se vio gravemente afectada durante la cuarentena. Para los que siguen pensando que el término “dictadura” es exagerado, no hace falta más que recordar la situación de las parejas que, por ejemplo, vivían a ambos lados de las fronteras provinciales y municipales. En los mismos distritos, al menos se podían concretar encuentros, saliendo a caminar con la bolsa del supermercado para no ser detenido por pasear sin justificativo. Pero si, por ejemplo, una persona vivía en Núñez y su pareja en San Isidro, el desafío era como el de cruzar el Muro de Berlín en tiempos de la Guerra Fría.

Todos recordamos el caso de la pobre chica detenida que viajaba en el baúl de un Uber autorizado para cruzar la “frontera”, como el del remero o el surfer que fueron dilapidados por una espantosa opinión pública hipócrita. Hizo falta que una anciana saliera a tomar sol en una reposera para que el infame operativo policial de decenas de oficiales dejara en evidencia la locura a la que Fernández, alias “pito duro”, y sus socios, Horacio Rodríguez Larreta y Axel Kicillof, todavía en funciones, nos sometían todos los días.

Estos casos, vinculados con las simples libertades individuales como tener relaciones sexuales, hacer deporte o tomar sol, no tienen que hacernos olvidar que existieron desaparecidos y otros tantos casos espeluznantes, como el del padre que tuvo que cargar a su hija moribunda para cruzar a pie una frontera provincial. Cuando nos acordamos de esos episodios, la referencia a la dictadura ya deja de parecer exagerada, ¿no?

Detrás de todo esto, dejando el morbo de lado que despierta en la opinión pública lo sexual, hay que reparar en la cuestión más importante: la potestad y el poder de la clase política y las libertades individuales de las personas. Lamentablemente, aunque en buena parte del mundo ya no exista el absolutismo monárquico, muchos mandatarios (incluso que llegaron a sus puestos -a los que deshonraron- democráticamente) hicieron y hacen uso de un poder discrecional que no deberían tener. El combate a esas prerrogativas formales e informales es la bandera del liberalismo.

Fuente: PanamPost

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