El 80º aniversario del Desembarco de Normandía

MUNDO Javier Prieto*
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El 6 de junio de 1944, el Ejército Aliado invadió la costa francesa para expulsar a las tropas ocupantes alemanas. Aquella misión, bautizada como el Desembarco de Normandía, de la que se conmemora su octogésimo aniversario, resultó decisiva en el destino de la Segunda Guerra Mundial y en la Historia del Siglo XX.

Con su incursión, la coalición de tropas lideradas por Estados Unidos y Gran Bretaña abrió un segundo frente contra el régimen nazi en Europa, junto al ya existente en el Este.

El éxito de la Operación Overlord (denominación en clave) al penetrar en un punto del Muro Atlántico, defensa costera con más 5.000 kilómetros de extensión desde la frontera franco-española hasta Noruega, se convirtió en el principio del fin del Tercer Reich.

Considerada la mayor ofensiva militar anfibia de todos los tiempos, contó con un contingente compuesto por 7.000 embarcaciones, 10.000 aviones, 30.000 bombas, 10.000 vehículos y 156.000 soldados.

Respecto al número de bajas, la conquista de las cinco playas normandas (Omaha, Utah, Gold, Juno y Sword, nombres en clave), ascendió a 4.000 entre las filas aliadas y 9.000 más resultaron heridos o se dieron por desaparecidos. En cuanto al bando alemán, se desconoce la cifra exacta. No obstante, se situó entre 4.000 y 9.000, orientativamente.

Ese fue el altísimo coste en vidas humanas por el inicio de la liberación de Francia y del resto del Viejo Continente, de las garras de Adolf Hitler.

Los planes de la invasión se tuercen
La misión debía desarrollarse en una noche de luna llena (máxima visibilidad) y con una marea media al amanecer, lo que favorecería la travesía a través del Canal de la Mancha hasta llegar al litoral noroccidental galo. Sólo las jornadas del 5, 6 ó 7 de junio cumplían esas premisas a corto plazo.

El comandante Aliado Supremo, el general estadounidense Dwight D. Eisenhower, había elegido la primera fecha disponible. Sin embargo, un súbito empeoramiento de las condiciones climatológicas obligó al aplazamiento de los planes. Entonces cundió el pánico en el cuartel aliado. Si no podía iniciarse en breve, el ataque corría el peligro de ser descubierto.

Pero en un giro inesperado del destino, y cuando todo parecía perdido, se produjo un milagro. Con las tropas ya embarcadas en los puertos meridionales británicos y ansiosas a la espera del momento de zarpar, la meteorología ofreció una leve mejoría. El 6 de junio, supuestamente, se reduciría la intensidad del temporal de lluvia y viento. Eisenhower no lo dudó. Había llegado el momento de la verdad.

En las primeras horas del Día D, 1.200 aviones despegaron con 24.000 paracaidistas, quienes se infiltraron detrás de las líneas enemigas. Para proteger a los protagonistas de esa arriesgada misión nocturna, efectivos de la Royal Air Force (RAF) pusieron en marcha la Operación Titanic. Consistente en el lanzamiento de tres centenares de muñecos explosivos que replicaban las figuras antropomorfas de los paracaidistas reales, y en el de tiras de aluminio para interferir en la señal de los radares, perseguía confundir al enemigo.

Pero los planes no resultaron como estaban previstos. Obligados por el intenso fuego alemán, buena parte de los aviones se desviaron de la ruta original. Por ello, los paracaidistas fueron lanzados lejos de los objetivos, convirtiéndose en presa fácil del enemigo.

Por su parte, centenares de bombarderos y cazas de combate también fracasaron en su intento por destruir las defensas germanas. Se lo impidió la escasa visibilidad –y el fuego antiaéreo nazi–, que les había obligado a volar demasiado bajo.

Algo similar sucedió con los más de 120 buques de guerra de la coalición internacional. Sus cañones, imprecisos, se revelaron incapaces de castigar intensamente las posiciones germanas, las cuales protegían los casi 80 kilómetros de litoral normando. Inmersos en esta delicada coyuntura se aproximaba la decisiva Hora H.

Comienza la invasión mientras Hitler duerme
Aunque el estruendo de las bombas y de los aviones ya había alertado a los nazis de la incursión, en un primer momento la subestimaron. Víctimas de una eficaz campaña de desinformación aliada, los oficiales del Tercer Reich pensaron que se trataba de una simple maniobra de distracción. De hecho, situaban erróneamente el escenario del ataque en el paso de Calais.

Precisamente, en esa labor de contrainteligencia resultó clave un español. El agente doble Juan Pujol García, conocido como 'Garbo' por el servicio secreto británico y 'Arabel' para los alemanes, persuadió a Hitler de que la invasión se produciría en un punto alejado de donde tuvo lugar. Para ello, el ingenioso catalán creó una red de 27 agentes ficticios que le suministraron información… falsa.

Junto a ese engaño, se produjo otro factor clave para el éxito de la ofensiva. Los mandos nazis no se atrevieron a interrumpir el sueño nocturno del führer para comunicarle lo sucedido. Cuando se despertó a las diez de la mañana, ya habían transcurrido unas horas esenciales en el devenir de la operación.

La Hora H
Con las primeras luces del alba, una descomunal flota que se extendía hasta el horizonte apareció ante los atónitos ojos nazis. El reloj de la Historia marcaba la Hora H, es decir las 6:30 del 6 de junio, envuelto en un denso humo gris con aroma a pólvora y metralla.

Las primeras lanchas –5.000 en total– avanzaban con gran dificultad, zarandeadas por un mar embravecido y azotado por fuertes rachas de viento y lluvia. Durante la travesía infernal rumbo a las playas, el grupo de barcazas se toparon con numerosas minas acuáticas y obuses, que estallaban a su paso.

Inmersos en ese caos, un fortísimo vendaval había provocado que la marea subiera antes de lo previsto, obligando a realizar el desembarco alejados de la tierra firme. Entonces se vivieron escenas dramáticas. Lastrados por el exceso peso del material que portaban, centenares de soldados perecieron ahogados.

Y aquellos que sobrevivieron en las gélidas aguas se enfrentaron a una lluvia de todo tipo de proyectiles, procedentes de las armas germanas. Antes de alcanzar la playa a nado, los afortunados soldados vieron cómo los timoneles de decenas de barcazas, víctimas de las fuertes corrientes marinas, no podían arribar al destino previsto o cómo navegaban a la deriva, siendo blanco fácil del fuego procedente de los búnkeres y casamatas nazis.

Una vez en tierra firme, para poder avanzar, además del incesante fuego de la artillería teutona, los miembros de la Infantería debieron superar campos de minas, alambradas de espino y algunos de los 10.000 obstáculos (puertas belgas, erizos checos y espárragos de Rommel) construidos por las tropas del Tercer Reich.

A pesar de estas dificultades, las ¡24 oleadas! del Desembarco de Normandía acabaron con la feroz resistencia nazi. De forma paulatina y casi por agotamiento, los efectivos del Ejército Aliado aseguraron las cabezas de playa, paso previo a la conquista de las fortificaciones alemanas.

Tan sólo ocho semanas después de este sangriento tributo, París era liberada. La suerte de Hitler y de su régimen estaban echadas.

Sirva este artículo como homenaje a los héroes que entregaron su vida por la paz.

*Para El Debate

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