Los aranceles no son una buena idea ni para las potencias, ni para EEUU

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Las leyes de la economía no tienen colores políticos ni cambian según los países. Hay cosas que funcionan y cosas que no. De la misma forma que era predecible el impacto negativo que tuvo el anuncio de los aranceles impuestos por Donald Trump a México, Canadá y China, también lo es lo que sucederá a continuación: el poderoso mandatario estadounidense bajará el tono, los porcentuales anunciados, y comenzará a negociar.

Con las diversas caídas en las bolsas europeas, la economía globalizada recuerda que, si de grandes jugadores se trata, nada importa si el anuncio repercute en tres o cuatro países, ya que las consecuencias serán eventualmente globales. Una potencia, como lo es Estados Unidos, puede definir el daño de una mala política para todo el mundo. Lo que no puede hacer es que una medida arbitraria e intervencionista pueda resultar beneficiosa para su país y sus ciudadanos. No importa ni el tamaño de la economía ni el poderío militar, como muchas veces se malinterpreta.

Cuando un presidente decide que los productos que provengan de otro país tendrán un 25 % o un 10 % de aranceles, lo único que hace es encarecerles las cosas a sus conciudadanos. Las empresas del país donde se producen los bienes arancelados, eventualmente podrán encontrar nuevos mercados. Pero las personas que se encuentran dentro del país que puso las restricciones pasarán a pagar más por bienes locales que no hubieran elegido en primera instancia o por los productos importados que a partir de ese momento ingresarán más caros.

La única contracara de esto es un país más pobre, ya que sus ciudadanos tienen que utilizar más dinero para comprar la misma cantidad de cosas. Los que no cuentan con la flexibilidad del recurso, directamente pasarán a consumir menos bienes y servicios.

Una de las falacias mercantilistas que subyacen detrás de estas políticas es que las empresas se instalan en países cuyo costo laboral el bajo, para luego importar los productos más baratos, perjudicando al mercado laboral local. Esta acusación recayó en la modernidad fuertemente sobre una empresa líder: Apple. En una entrevista, Tim Cook aseguró que hace muchos años que China ya no ofrece los costos laborales más bajos del planeta. Sin embargo, el país donde su empresa produce muchas cosas, ofrece algo que los Estados Unidos no. Hablamos de una gran cantidad de especialistas en el trabajo de ingeniero de los pequeños componentes electrónicos de una computadora o un teléfono celular. “Mientras que en EEUU podemos llenar una oficina de estos especialistas, en China podemos llenar varios estadios”, aseguró.

Estas falacias mercantilistas, son incluso muy anteriores a la moderna globalización. Son incluso más antiguas que la revolución industrial misma. Mucha gente piensa que Adam Smith en su Riqueza de las naciones de 1776, refuta al socialismo, pero lo cierto es que su crítica y refutación es hacia el viejo mercantilismo que sobrevive cambiándose de ropaje a través de los siglos. Claro que siempre hay empresarios locales, sindicatos y políticos interesados en incrementar las barreras al comercio por beneficios propios, absolutamente ajenos y contraproducentes para el consumidor en general.

Otro argumento a los que se suele apelar a la hora de argumentar en favor de los aranceles a las importaciones es el siguiente: “Si dejamos que ingresen todos los productos del mundo no produciríamos nada. Importaríamos todo y no produciríamos nada”. Lo cierto es que esto es técnicamente imposible. Sería deseable, pero no es posible. Imaginemos que la economía de un país es la de una persona, que tiene sus “importaciones” y “exportaciones” propias. ¿Qué es lo que importa? Todo lo que compra en materia de bienes y servicios. ¿Qué es lo que exporta? Su producción. Es decir, su trabajo. Nadie puede comprar más de lo que produce por un tiempo indeterminado. Necesariamente, en caso de no ahorrar nada, necesita producir como mínimo lo que consume cuando sale a la calle.

Como vemos, la economía y sus leyes nos recuerdan que hay cosas que los gobiernos y los presidentes no pueden hacer. No importa del país que sean.

Fuente: PanamPost

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