En el inicio de los años ochenta, las Abuelas de Plaza de Mayo buscaban a sus nietos a la salida de las escuelas. Esperaban encontrar en esos niños algún rasgo que les recordase a sus hijos, secuestrados y asesinados por la dictadura argentina unos años antes. En los noventa, sabían que esos nietos nacidos en cautiverio y robados por los militares ya eran adolescentes y los convocaban micrófono en mano desde los escenarios de los conciertos de rock. Diez años después, les pidieron por televisión a hombres y mujeres de más de 30 años que si dudaban de su origen se acercasen a la organización y se sometiesen a una prueba de ADN. Cuando han pasado casi 50 años del secuestro y desaparición de sus hijos, Abuelas les habla ahora por redes sociales a los hijos de sus nietos, los bisnietos, con la esperanza de que muchos de ellos den el paso que sus padres no se animaron. Esas mujeres que con los años se convirtieron en referentes mundiales de la lucha por la verdad se han acomodado al paso del tiempo, el mismo que ahora las enfrenta a un gran desafío: hoy solo sobreviven tres abuelas de las decenas que eran cuando se juntaron en 1977.
El martes 21, Estela de Carlotto, presidenta de Abuelas, de 94 años, celebró la restitución de la nieta 139. Desde el auditorio de la Casa de la Identidad, en el mismo predio donde hace medio siglo funcionaba el centro de torturas de la Escuela Superior de Mecánica de la Armada (ESMA), De Carlotto, advirtió sobre lo irreversible. “Solo quedamos tres Abuelas y estamos viejitas; Rosa Roisimblit tiene 105 años, Buscarita Roa tiene 87. Lloramos a las que se fueron, pero estamos acompañadas por estos jóvenes que nos están reemplazando”, dijo. De pie sobre el escenario estaban los nietos recuperados que, saben, tendrán la responsabilidad de continuar el camino cuando la última de las Abuelas ya no esté.
El proceso de sucesión comenzó en 2011. “La comisión directiva de Abuelas estaba integrada solo por ellas y ese año decidieron que debía ingresar un nieto, y ese nieto fui yo”, dice Manuel Gonçalvez. “No lo hicieron porque faltaba gente, dijeron ´ahora que estamos todas, decidamos esto´. Así abrieron la puerta a otros nietos y nietas a la dirección”, explica. Gonçalvez nació el 27 de junio de 1976. Su madre lo escondió en un ropero cuando los militares la asesinaron cinco meses después en una casa de San Nicolás, a 230 kilómetros al noroeste de Buenos Aires. El bebé fue entregado en adopción por un juez que no informó sobre su origen. En 1997, tras una prueba de ADN, Gonçalvez conoció a su abuela biológica, Matilde, y se convirtió en el nieto recuperado número 57. Hoy es el director ejecutivo de la Comisión Nacional por el Derecho a la Identidad (Conadi), creada en 1992 a pedido de Abuelas para involucrar al Estado en su búsqueda. “Lo más difícil ya lo hicieron las Abuelas, que fue abrir e iluminar el camino de hacia dónde debemos ir como organización. El desafío más grande en el futuro será la ausencia de las Abuelas, porque su interpelación diciendo ‘estoy buscando a mi nieto’ es irremplazable”, advierte.
Buscarita Roa es la vicepresidenta de Abuelas. En el año 2000, recuperó a su nieta Claudia Poblete, que era una beba cuando la dictadura secuestró a su hijo, José Liborio Poblete Roa, y a su nuera, Marta Gertrudis Hlaczik. Claudia estuvo tres días en el centro de detención El Olimpo hasta que fue arrebatada de su madre y anotada como hija biológica de Ceferino Landa, integran de los servicios de Inteligencia del Ejército. “Quedamos poquitas y estamos desesperadas porque los nietos aparezcan antes de que nos vayamos”, dice Roa. Claudia es hoy una de las nietas más activas de la organización. “Yo fui restituida y sé lo que es conocer la verdad y vivir sin conocerla. Me empuja esa urgencia, saber que hay mucha gente que está en la situación en la que yo estaba y tienen hijos e hijas que no saben la verdad. Que las Abuelas tengan la tranquilidad de que acá estamos y que vamos a continuar”, dice.
Abuelas es hoy una estructura con áreas profesionales que llevan adelante el funcionamiento diario de la institución. A esa gente formada durante años se suma una docena de nietos que aportan, sobre todo, su testimonio de vida para alimentar la llama de la memoria. Leonardo Fossati es el coordinador en la ciudad de La Plata, a 60 kilómetros de Buenos Aires, del Espacio Memoria Ex Comisaría 5ta, un centro clandestino de detención por donde pasaron al menos diez mujeres embarazadas. Allí nació el 12 de marzo de 1977. Cuando tenía cinco días, fue arrebatado de los brazos de su madre secuestrada y anotado como hijo biológico de una familia que no sabía su verdadero origen. En agosto de 2005, los resultados de ADN confirmaron que era hijo de Inés Ortega y Rubén Fossati, ambos desaparecidos.
“Estamos en un momento muy complicado para hacer el recambio generacional”, advierte Fossati. “Hay una bajada de línea desde el Estado nacional que tiene que ver con el negacionismo de la dictadura y la reivindicación de los crímenes de lesa humanidad. Abuelas tiene grandes dificultades económicas porque, luego de casi 20 años de recibir un subsidio nacional, en todo 2024 no recibió un solo peso” de la gestión del ultraderechista Javier Milei, denuncia. Durante buena parte del año pasado, los nietos se ocuparon de acudir a organizaciones internacionales para conseguir financiamiento, lo mismo que las Abuelas hacían en los años setenta y ochenta.
El desapego social por la memoria de la dictadura complicará el trabajo de los nietos, sobre todo cuando ya no haya Abuelas que interpelen a una sociedad que tiende al olvido. “Lo bueno es que ellas eso ya lo vieron hace muchos años y llamaron a sumarse a hermanos, hermanas, tíos y tías de la gente que buscamos. Este engranaje lleva moviéndose desde hace mucho tiempo”, dice Poblete. Para Fossati, revertir la tendencia al negacionismo no será fácil. “Las Abuelas interpelaron a la sociedad, haciéndonos entender que los desaparecidos son de todos, y eso ahora está en crisis. Nuestra victoria será no permitir que haya dudas sobre eso”, dice. “No puedo afirmar que vamos a sobrevivir a Abuelas sin las abuelas, pero sí que Abuelas va a seguir haciendo lo que hace”, que es buscar a los nietos apropiados por la dictadura, agrega Gonçalvez. La organización calcula que hay aún unos 300 nietos que no saben de su verdadera identidad. “Ellas estaban destinadas a criar a sus hijos y quedarse en casa, pero a partir de un hecho horroroso inventaron qué hacer. Se formaron en genética, en comunicación, en cómo relacionarse con el Estado. Ahora estamos nosotros para que eso continúe”.
Fuente: El País