Desde hace más de una semana Israel –e Irán– están en vilo porque, según las reglas del juego de agravios y represalias en que se ha convertido el conflicto en Oriente Medio, le toca el turno a Israel devolver el golpe tras el ataque iraní del pasado 1 de octubre con unos 180 misiles balísticos.
El primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, ha amenazado a Irán de diferentes maneras. Una, diciendo que el «largo brazo» de Israel llega a todas partes. Esto se temen los líderes iraníes y, tras el asesinato del secretario general de Hizbulá, aliado de Irán, Hasan Nasrala, el ayatolá Ali Jamenei fue llevado a «un lugar seguro». Pero Netanyahu, su Gobierno y el Ejército también han dejado muy claro que el ataque israelí sucederá cuando Israel lo considere, del modo en que lo considere y que será contundente y sorpresivo.
La respuesta se puede estar demorando porque el ataque iraní fue la víspera del año nuevo judío, Rosh Hashaná, y tal vez los israelíes decidieron no actuar precipitadamente. Además, esa fiesta engancha con otras, en la época del calendario judío conocido como las Altas Fiestas.
Así que en la agenda está la operación contra Irán, a la que Israel se ha comprometido públicamente. Un poco como sucedió el pasado mes de abril, tras el primer ataque iraní, cuando el ministro de Defensa, Yoav Gallant, y los entonces ministros Benny Gantz y Gadi Eisenkot exigieron una respuesta dura. En aquella ocasión, Netanyahu los bloqueó, e Israel se conformó con atacar un activo iraní esencial –el sistema de radar antimisiles S-300, que protege las instalaciones nucleares de Isfahán–. Con ese gesto, Israel mostró capacidad operativa y contención. No se sabe si el mensaje disuasorio fue entendido en Irán.
Estados Unidos, aliado principal de Israel, se ha quejado de la falta de información y coordinación con Israel, por ejemplo, en el asesinato de Nasrala, del que supo solo cuando estaba sucediendo. Y las tensas relaciones entre Netanyahu y su ministro de Defensa, tal vez también la falta de transparencia, las siente el público también; Gallant se disponía a partir el martes hacia Washington para coordinar con la Administración Biden el despliegue para el ataque a Irán y la respuesta que podría seguir, cuando Netanyahu abortó el viaje. Gallant probablemente viaje la próxima semana, pero sin mucho margen de maniobra ni de decisión.
Según el diario «The Wall Street Journal», la Casa Blanca indica que Israel se niega a compartir de antemano sus objetivos de ataque en Irán. Pero eso no impide que Netanyahu espere que Estados Unidos proporcione protección a su país como en abril.
Por otro lado, tampoco los estadounidenses parecen tener un plan de acción con respecto a la región en ebullición. Más o menos como el Gobierno Netanyahu no tiene, o no comparte, la finalidad de la guerra en curso librada en más de un frente.
La pregunta que hoy preocupa a muchos israelíes es si Netanyahu actúa en función de los intereses de seguridad del país, como afirma, o si todas sus recientes acciones son consecuencia de un intento desesperado de permanecer en el poder y no ir a la cárcel.
Se sabe que los socios de extrema derecha, tanto del partido Otzma Yehudit (Poder judío) como el Sionismo Religioso, liderados por Itamar Ben-Gvir y Bezalel Smotrich, respectivamente, esperan el cuanto peor mejor porque su finalidad última es ampliar las fronteras del país, expulsar a los palestinos de los territorios que serán ocupados y derrotar al enemigo. Se sospecha que Netanyahu no cree así, pero tampoco acaba de oponerse.
Play Video
Entre las Altas Fiestas judías, que este año terminan el 24 de octubre, y las elecciones estadounidenses el 5 de noviembre, puede que la tensión de la potencial represalia israelí contra Irán siga sin resolverse.
Los analistas señalan que a Irán no le conviene desde ningún punto de vista un conflicto abierto con Israel. Su economía no está para eso y una entrada de Estados Unidos en la contienda no es algo que querrían. El Gobierno de Israel, por su parte, está bastante dominado por la idea de la escalada para lograr la disuasión, teniendo como principio guía que al enemigo hay que demostrarle fuerza, y cuando no se le muestra, como el elegante ataque de abril, el enemigo no está disuadido.
Parece casi seguro que la toma de decisiones de Netanyahu está influida por la expectativa de un regreso del expresidente republicano Donald Trump a la Casa Blanca, según observadores, quienes señalan que el mandatario israelí no está solo: la monarquía saudí también podría estar esperando el regreso de Trump para firmar un acuerdo de normalización diplomática con Israel. Pero no a corto plazo.
Con Trump de regreso en la Casa Blanca, Netanyahu no tendría que lidiar con la resistencia estadounidense a un mayor control israelí, incluso a la anexión, de Cisjordania. En 2019, ese Gobierno reconoció la soberanía israelí sobre los Altos del Golán anexionados a Siria y la capitalidad de Jerusalén.
Con la actual vicepresidenta y candidata presidencial demócrata Kamala Harris, quien tiene un apego menos sentimental que Biden a la causa sionista, los obstáculos a una política de colonización serían seguros.
Tampoco hay certeza sobre si Trump ayudaría a Netanyahu a lograr su viejo objetivo estratégico de llevar a cabo un ataque decisivo y coordinado contra el programa nuclear de Irán.
Según el analista Barak Ravid, si bien Trump siempre se ha mostrado hostil contra Irán, recuerda que, en sus últimas semanas en el cargo de presidente, dio luz verde al asesinato del comandante de la Guardia Revolucionaria Qasem Suleimani, por otro lado, canceló un ataque con misiles contra Irán en junio de 2019 porque pensó que las probables víctimas civiles serían un resultado desproporcionado como respuesta al derribo de un dron estadounidense. Y, según el analista, una de las constantes en la política exterior aislacionista del republicano Trump es su aversión a la participación de soldados de Estados Unidos en guerras extranjeras.
Fuente: La Razón