Normativa estadounidense sobre belleza empuja a los clientes al extranjero

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Mientras algunos estadounidenses se preocupan por la externalización de los puestos de trabajo en el sector manufacturero, los economistas pasan por alto otro sector crucial que está sufriendo las consecuencias de la excesiva regulación y la presión del extranjero: la belleza. En un país donde las mujeres controlan más del 60% de la riqueza personal, con un poder adquisitivo de entre 5 y 15 billones de dólares anuales, ya es hora de que hablemos de cómo las políticas estadounidenses están provocando arrugas indeseadas en la industria de la belleza.

Sólo el mercado de la belleza está llamado a alcanzar aproximadamente 580.000 millones de dólares en 2027. No se trata solo de pintalabios y champú, sino de un amplio sector que engloba costosos procedimientos cosméticos que podrían estimular una importante actividad económica nacional si no fuera por los obstáculos normativos que empujan a los consumidores al extranjero.

La Administración de Alimentos y Medicamentos (FDA), que protege los bienes de consumo con toda la gracia de la TSA en un aeropuerto concurrido, clasifica el Botox en una doble categoría de medicamento y cosmético. Esto significa que el Botox está sujeto a exhaustivas revisiones de fórmulas, evaluaciones toxicológicas y un escrutinio minucioso de las prácticas de fabricación. La reciente aprobación de la Ley de Modernización de la Regulación Cosmética (MoCRA) ha endurecido estas normas ya de por sí estrictas, acumulando obligaciones que se traducen en mayores costes para los consumidores.

Al otro lado del Atlántico, el enfoque británico de los tratamientos cosméticos no quirúrgicos, como el Botox, ha sido mucho más permisivo. Hasta hace poco, incluso los no médicos podían administrar inyectables, un concepto que levantaría cejas, si no frentes, en Estados Unidos. Aunque la reciente legislación británica ha empezado a endurecer estas normas, el coste de su cumplimiento sigue siendo mucho menor que en Estados Unidos. Unas pocas arrugas en el Reino Unido pueden costar entre 100 y 350 libras, frente a los 300 o 600 dólares que cuestan procedimientos similares en Estados Unidos.

Las ramificaciones de estas discrepancias de costes se reproducen en tiempo real en plataformas como TikTok, donde jóvenes estadounidenses documentan sus aventuras en una tendencia emergente de “turismo de belleza“. Estos viajeros expertos combinan las vacaciones con la vanidad, sometiéndose a tratamientos exhaustivos en el extranjero que cuestan menos -incluso con el billete de avión y el alojamiento- que procedimientos similares en Estados Unidos.

Esta tendencia no es sólo una solución estrafalaria, sino una crítica mordaz a un sistema normativo autoritario que empuja a los consumidores a buscar soluciones fuera de nuestras fronteras. El reto para los responsables políticos estadounidenses no es sólo equilibrar la seguridad con la accesibilidad, sino fomentar un mercado nacional competitivo que incentive el mantenimiento de los dólares en nuestra economía en lugar de enviarlos en un vuelo transatlántico.

Una normativa menos estricta daría lugar a un mercado más dinámico, que beneficiaría tanto a los consumidores como a la economía. Si el Gobierno adoptara un enfoque más equilibrado de la normativa sobre belleza, podría rejuvenecer la industria nacional de la belleza, retener el dinero de la sanidad en la economía y, tal vez, suavizar algunas arrugas fiscales por el camino.

Este artículo fue publicado inicialmente en la Fundación para la Educación Económica.

Fuente: PanamPost

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