Cómo descubrí la filosofía de la libertad en Venezuela a través de la FEE

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Nací el año en que Chávez llegó al poder y, cuando cumplí 21 años, nunca había experimentado la libertad. Aunque no sabía lo que era la libertad, podía sentir que algo iba muy mal en el mundo que me rodeaba. En Venezuela se rechazaban las nuevas ideas, se atacaba la propiedad privada y se odiaba a los ricos. Me costaba creer que alguien pudiera ser considerado malo sólo por disfrutar de los resultados de su trabajo duro. La vida en Venezuela se parecía a las historias oscuras y opresivas que leía en los libros -libros que a menudo eran destruidos por el gobierno, como 1984 o Fahrenheit 451-.

Decidida a entender qué significaba realmente la libertad, emprendí una búsqueda personal de conocimiento. Este viaje me llevó a asistir a un programa en línea de la FEE impartido en mi lengua materna, que resultó ser un punto de inflexión en mi vida. El mensaje de la FEE resonó profundamente con mis creencias fundamentales, convirtiéndolo en una de las experiencias más transformadoras que he tenido nunca. No sólo amplió mis horizontes académicos, sino que también encendió en mí un impulso apasionado por defender los principios de las sociedades libres. En medio de las abrumadoras carencias que asolaban mi país, la libertad surgió como la necesidad más desesperadamente urgente.

La FEE me proporcionó no sólo una profunda comprensión de la filosofía de la libertad, sino también las herramientas prácticas para difundir este conocimiento. En 2022 me aventuré a ir a la frontera donde miles de personas estaban varadas, esperando para cruzar de Táchira, Venezuela, a Cúcuta, Colombia. Muchos de estos jóvenes habían estado privados de educación durante meses, incluso años. La crisis educativa de Venezuela, especialmente en la frontera, me dejó claro que era allí donde tenía que compartir estas ideas que cambian vidas.

Durante toda una semana, dediqué más de 40 horas a impartir programas a cientos de mentes jóvenes. Destaca una historia: Juan, un niño de 13 años que ni siquiera sabía lo que era un empresario. Cuando los cortes de electricidad inutilizaron los frigoríficos de su comunidad, empezó a vender hielo para ayudar. En realidad era un emprendedor, aunque no lo supiera. Bajo el régimen de Maduro, su iniciativa habría sido tachada de oportunismo en lugar de aplaudida como un noble esfuerzo por ayudar a los demás.

En aquella frontera, vi cómo se desvanecía la vacilante esperanza de mi país.

Continué mi misión, reproduciendo los programas en un tercio del país. En cada aula, me encontré con grupos de «aspirantes a imperialistas» a los que el régimen habría puesto en el punto de mira si hubieran tenido éxito. Los sueños de mi generación parecían secuestrados.

Al cabo de 13 meses, durante uno de mis últimos talleres en Venezuela, cuatro agentes de inteligencia interrumpieron mi sesión. Me sacaron del escenario e intentaron intimidarme por mis creencias. Quedó dolorosamente claro que no había futuro para mí en Venezuela.

Con el apoyo de la FEE, continué mi misión desde el extranjero. En sólo un año, llegamos a 2466 estudiantes en Venezuela, y yo estaba encantada de formar parte de un esfuerzo tan importante, rodeada de personas que compartían esta visión. Ahora en Estados Unidos, he podido continuar con mi pasión promoviendo la filosofía de la libertad en Estados Unidos, creando también oportunidades para los estudiantes hispanos que ahora viven en este país.

Sueño con un futuro en el que Venezuela vuelva a ser el país que sólo conozco de los libros de historia: un lugar donde las personas sean libres de perseguir sus pasiones sin miedo ni restricciones, donde se celebren la creatividad y el trabajo duro, y donde todos tengan la oportunidad de perseguir y alcanzar sus sueños.

Este artículo fue publicado inicialmente en la Fundación para la Educación Económica.

Fuente: PanamPost

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